María ya no tenía aquella fortaleza
que la había caracterizado en épocas anteriores. Se apoyó sobre su
bastón y observó con tristeza cómo cargaban sus enseres en el
camión de la mudanza. La mitad de sus recuerdos se quedaban en
aquella casa, la otra mitad viajaría con aquellos muebles, allá
donde fueran.
La mecedora donde hacía ganchillo
prácticamente todos los días ya estaba en el camión, aquello se
terminaba.
Le dolió amargamente ver cómo a uno
de los chicos se le caía la silla donde se sentaba a comer cada día.
Fue como si una mano le estrujara el corazón, se echó la mano al
pecho para poder mitigar ese dolor. Pero más le dolió, quizás, ver
a los muchachos transportando su cama, la que había compartido
durante tantos años con su difunto marido. En esa donde había
concebido a sus dos hijos. Dos hijos por los que había luchado
férreamente y ahora le daban la espalda.
Se volvió dejando atrás su vida. Qué
feliz había sido allí. Ahora comenzaba otra etapa en la Residencia
de Ancianos.
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