domingo, 18 de septiembre de 2022

Su mundo

-¿Cómo puede ser que no la cuides como se merece? Es frágil y te necesita. 

 -No necesita demasiado. Me adora, soy todo para ella -dejó un cuenco con agua sucia en el suelo y la perrita lo miró con admiración mientras movía enérgicamente la cola. 

 -Hoy come y bebe tus migajas porque para ella eres todo su mundo, pero un día llegará alguien que le dé todo lo que merece y le dolerá irse y dejarte, pero lo hará.

 -Bah -contestó el otro de mala gana, sin creer que eso fuera a suceder nunca. 

 Pero aquellas palabras se cumplieron y el hombre supo por primera vez el dolor que suponía aquella soledad infinita a la que la había sometido durante años.


miércoles, 3 de febrero de 2021

Libre

 

Casi sin darme cuenta, ella se convirtió en el centro de mi vida. Todavía hoy me pregunto si ella llegó a sentir lo mismo en algún momento. La mayoría de los días yo pensaba que no, que solo se divertía, que pasaba el tiempo conmigo y después su vida tomaría otro camino muy distinto al mío.

Venía una o dos tardes por semana a mi casa. Siempre con prisas, llegaba casi fatigada y me pedía disculpas por no haber podido llegar antes. Hacíamos el amor con las mismas prisas, como si temiéramos ser descubiertos haciendo algo malo. Yo lo achacaba a la pasión, eran tantas las ansias de tenernos que olvidábamos admirar nuestros cuerpos y disfrutarnos. Y después siempre venía el arrepentimiento de haberlo hecho así, con diligencias, como cuando te comes algo que te apetece muchísimo y la boca se te hace agua. De un bocado, casi sin masticar; y luego piensas que por qué no lo saboreaste. Así éramos nosotros: locos e ignorantes.

Pero había un instante en el que yo sí notaba que significaba todo para ella: cuando se apoyaba sobre mi cuerpo mientras un orgasmo la sacudía. Se apretaba contra mí como si fuera el único pilar de su mundo. Y yo disfrutaba aquella sensación de saberla tan mía, al menos en ese momento aquella certeza me llenaba de vida. Pero, después de aquel efímero momento, ella se vestía, casi con la misma rapidez con la que nos habíamos desnudado, y me decía que debía irse, que otro día vendría con más calma. Pero ese día nunca llegó.

Estuvimos viéndonos así durante unos meses. Yo quería más, siempre quise más, pero nunca me atreví a cortar sus alas, a hacerla sentir que la presionaba… Me daba la impresión de que ella era libre, un pájaro que moriría dentro de una jaula. Así que nunca le dije nada. Nunca le dije cuánto la amaba.

Una tarde de septiembre llegó a mi casa, pero aquella vez fue diferente. Tocó el timbre de distinta forma a la que solía hacerlo, de hecho, me sorprendió escuchar su voz porque no creí que fuera ella. La vi subir las escaleras relajada y se acercó a mí despacio. Algo hizo clic en mi cabeza, a esas alturas ya deberíamos estar tirando el uno del otro hacia la cama, pero no fue así. Me acerqué, indeciso e inseguro, a darle un beso, pero ella me giró levemente la cara para ofrecerme su mejilla.

Y llegó el momento que yo supe desde el principio que llegaría. Aún así, la noticia cayó sobre mí como un jarro de agua fría. Lo peor fue el sentirme tan estúpido, el no haber entendido nada de aquello. “Ha estado bien, pero yo necesito algo estable. He conocido a alguien…”

Sus palabras siguieron resonando en mi cabeza después de marcharse. Nunca fue un pájaro libre que revoloteaba por mi cuarto con ansias de volver a salir. Me había equivocado de lleno con ella y ahora ya no había vuelta atrás.

Aquel día fue el último que volví a verla y hoy, después de muchos años, me la he cruzado por la calle. Iba cogida de la mano de un niño de unos seis años. Nuestras miradas se han encontrado y yo he creído ver esa sonrisa en su rostro que solía dedicarme, casi con pena, cuando se marchaba como un torbellino de mi casa. No nos hemos saludado, hemos sido dos extraños, dos extraños que un día fueron todo el uno para el otro. Y con este pensamiento, he tirado a la basura, después de muchos años, el anillo que una mañana en un arrebato de amor incontenible le compré pensando que ella era mi agapornis. Pero deseché aquella idea tan pronto como la vi aparecer, de aquella manera tan loca, por mi puerta. “Es libre”, pensé y cuánto me equivoqué.

lunes, 14 de enero de 2013

Astaroth

Alza la cabeza, altivo, arrogante, con la mirada fija en la oscuridad. Olfatea el aire, huele sangre humana. Camina entre la oscuridad de la noche sediento. Escucha sollozos, solllozos de mujer. Sigue su aroma por entre los árboles, andando despacio. Su pálida piel reluce en la oscuridad, sus ojos centellean clamando sangre. Está cerca de su presa, el aroma es cada vez más intenso. Está sola, llora asustada, perdida en el bosque, consciente del peligro de la noche. ¡La tiene! Está apoyada en un árbol, sentada, abrazando sus rodillas y con la cabeza escondida. Astaroth se aproxima a ella. Huele deliciosamente bien.

-Buenas noches pequeña. ¿Qué haces aquí tan solita? -dice con voz seductora.

Ella levanta la cabeza asustada, está aterrorizada. Al verlo entreabre la boca, maravillada por la belleza del vampiro. Astaroth le tiende una mano ayudándola a levantarse. Ella no pronuncia palabra, tan sólo lo mira asombrada. Él se relame los labios con la punta de la lengua. Se acerca despacio a ella, a escasos milímetros de su boca.

-¿Quién eres? -logra preguntar ella con un hilo de voz.

-Soy Astaroth -responde fijando su mirada en el cuello de su víctima. Huele y clava sus colmillos sutilmente. Ella alza el mentón con la respiración agitada para facilitarle el acceso. Astaroth bebe hasta saciarse dejando que ella caiga en un eterno sueño. Relame sus colmillos y la deja caer al suelo con un delicado movimiento. Astaroth está saciado, complacido. Muestra una sonrisa triunfal y desaparece en el espeso bosque.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Rosas rojas

Se fue y no volverá.
Como se va todo después de un tiempo.
Como se fue el brillo de tus ojos,
Como se irá el aroma del viento.

Ya nunca más te besará,
Ni acariciará en silencio tu pelo,
Ni mirará con anhelo tu cuerpo.

Pero tú no mires atrás.
La felicidad sí volverá,
En tu pecho brotarán rosas rojas
Y otros brazos te cuidarán.

Muere, pequeña

Por mis labios corrieron tus lágrimas…
Dulce amargura… triste dulzura…
Sangre de tu oscura soledad
Que me ata y encadena a la locura.

Dime, mujer melancólica,
Por qué es tan grato tu silencio
Si a la vez tiemblo y muero
Al oír tu risa diabólica.

Dame tu mano, por favor,
Ven conmigo a este rincón
Porque me estoy muriendo
Porque te veo y muero.

Y ahora baila,
Baila conmigo al compás
Al compás que entona la muerte,
De la que no escaparás.

Vamos, damisela,
Dame tu mano y danza.
Muere mirándome a la cara.
No aguanto más la espera.

Deja de reír y muere,
Deja de llorar y sufre.
Vete, deja de herirme.
Calla, no entones palabras…

Tu sangre y tus lágrimas saladas,
Mi corazón y mis manos frías.
Yo ya no sufro, yo bailo.
Tú bailas y agonizas.

Miro tu muerte con frialdad,
Ya nunca más me herirás.
Sangre cálida y vital,
Cae por mis manos y se va tu dignidad.

El último beso,
Aquél que moje mis labios,
La última sonrisa,
Aquella que evoque mi llanto…




domingo, 7 de octubre de 2012

Historia de una vida


María ya no tenía aquella fortaleza que la había caracterizado en épocas anteriores. Se apoyó sobre su bastón y observó con tristeza cómo cargaban sus enseres en el camión de la mudanza. La mitad de sus recuerdos se quedaban en aquella casa, la otra mitad viajaría con aquellos muebles, allá donde fueran.
La mecedora donde hacía ganchillo prácticamente todos los días ya estaba en el camión, aquello se terminaba.
Le dolió amargamente ver cómo a uno de los chicos se le caía la silla donde se sentaba a comer cada día. Fue como si una mano le estrujara el corazón, se echó la mano al pecho para poder mitigar ese dolor. Pero más le dolió, quizás, ver a los muchachos transportando su cama, la que había compartido durante tantos años con su difunto marido. En esa donde había concebido a sus dos hijos. Dos hijos por los que había luchado férreamente y ahora le daban la espalda.

Se volvió dejando atrás su vida. Qué feliz había sido allí. Ahora comenzaba otra etapa en la Residencia de Ancianos.  

El psicólogo

Ahora mismo estoy en la sala de espera de un psicólogo.
Yo no pretendía venir pero mi familia se ha ido alejando de mí debido a mi problema...

Todo empezó con mi afición a las películas de psicópatas. Pero la afición se convirtió en obsesión y mi vida ha llegado a ser un infierno. Veo psicópatas donde no los hay.
Me encerré en casa con miedo de salir a la calle. Mi familia intentó convencerme de que aquello era una tontería, pero yo me cerré en banda y no quise escuchar a nadie. Así que se fueron alejando de mí y yo me quedé sola con mis miedos.

Hoy he decidido que no puedo seguir así y he llamado a mi hermana para decirle que iba a buscar ayuda profesional.
Y aquí estoy esperando.

-Señorita Amanda Salazar. -Me llaman y me pongo en pie pensando en lo poco que me gustan mi nombre y mi apellido juntos. Por separado sí, pero juntos tiene  muy poca armonía. Es lo que he pensado toda la vida, pero bueno, como habréis podido comprobar, soy de manías.

Entro en la consulta decidida a dejar allí todos mis temores.

-Buenas tardes, señorita -me dice, muy amable, el psicólogo. -Túmbese en el diván, por favor. Cuénteme.

Le obedezco y comienzo:

-Bueno... verá... Mi problema es... -titubeos y más titubeos. Debo hablar ya, sin rodeos. -Hace unos meses empecé a ver películas en las que aparecían psicópatas y poco a poco se ha ido convirtiendo en una obsesión...

Se lo cuento todo, incluso aquella vez que ataqué a un policía porque pensaba que me iba a acribillar a balazos con la reglamentaria.

-Amanda... ¿Es así como se llama?

-Sí, así es.

-Bueno, mire, no le negaré que existen los psicópatas, pero... ¿No sería raro que se le cruzara  uno precisamente a usted en su camino? Sin embargo... -su voz ha cambiado, no logro identificar muy bien el tono, pero, sin duda, no es el tono amable de antes. -A alguien deben cruzárseles. Es como una lotería. Ya me entiende, improbable pero posible.

-Oiga, ¿usted quiere ayudarme o asustarme más? -Me incorporo del diván para recriminárselo. Entonces me doy cuenta de que lleva un revólver en la mano y que me está apuntando con él.
Trago saliva, confundida.

-¿Qué... qué está haciendo?

-Como le estaba explicando -ahora identifico su tono de voz: es ironía mezclada con sarcasmo, -es raro que te mate un psicópata y luego juegue con tu cuerpo, pero ocurre y a ti te va a ocurrir. ¿No es curioso?

No puedo articular palabra. Mi fobia va a dejar de ser mera fobia para convertirse en realidad. Tengo delante a un loco con un revólver que va a matarme y quizás después me descuartice.

¿En qué piensas? Bueno, no tengo tiempo para psicoanalizarte. Voy a matarte ya.

Entonces amartilla el arma. Dispara y la bala impacta en medio de mi frente,.

Sobra decir que estoy muerta.