martes, 21 de agosto de 2012

El museo

Intento abrir los ojos, me cuesta trabajo, como si mis párpados pesaran demasiado. Noto un ligero escozor. Cada vez se intensifica más, primero alrededor de los ojos, después va extendiéndose. Me queman, toda la cara me duele. Ahora noto punzadas de dolor en las muñecas, también en los tobillos. ¡Dios! cada vez me duele más, el dolor va haciendo mella en mi cuerpo: asciende de los tobillos por toda la pierna, baja hasta el último de mis dedos del pie. Con las muñecas pasa igual. Mi cabeza no se sostiene, el pelo me tapa toda la cara, lo sé porque me hace cosquillas en las mejillas. Pero mi cuello, oh, mi cuello está dolorido. El dolor es insoportable. Abro los ojos poco a poco, veo borroso, la luz me ciega. Parpadeo un par de veces. Sólo veo una pared blanca. Empiezo a oler, huele a putrefacción, el hedor se hace intenso por momentos, va quemando mis vías nasales. Estoy apoyada contra una pared, sin embargo mis pies no tocan el suelo. Ladeo la cabeza para mirar mis manos, inmóviles, intento mover los dedos pero no siento nada a parte del profundo dolor. Estoy mareada, pero consigo aclarar mi vista para conseguir ver mis muñecas. ¡Mierda! ¡¿Qué coño…?! Estoy clavada a la pared por unos gruesos clavos. ¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? Empiezo a sollozar. Enseguida me doy cuenta de que sucede lo mismo con mis pies. Estoy en la posición del hombre de Vitruvio, de ahí la tirantez. Mis músculos se están empezando a desgarrar, no aguanto más. Miro aterrorizada a mi alrededor, el hedor es muy intenso, huele a corrupción. ¡Joder! Hay cadáveres en la misma posición que yo, colgados en la pared. ¿Qué mierda es esto? Por Dios, ¿dónde estoy? Recuerda, recuerda. Mi memoria tiene lagunas, no consigo centrarme. Creo que cogí un taxi, sí, eso es. Le di la dirección al taxista… ¿qué más?, ¿qué más? Oh, Dios. El taxista paró en una fábrica abandonada, le dije que se había equivocado. Se giró y me miró, sonrió, sonrió sarcásticamente. Yo me asusté y le dije que lo dejará que no pasaba nada, ya buscaría yo el lugar exacto. Él no dijo nada, yo baje del coche. Nada más, no recuerdo nada más. Me estoy desgarrando, mis ingles no aguantan más, mis tendones van a romperse. Muerdo mis labios para no gritar, aprieto fuerte. ¡Joder!, ahora también me sangran los labios. Oigo pasos, alguien se acerca caminando despacio. No, por favor. Las lágrimas van cayendo por mis mejillas. No quiero levantar la cabeza, no quiero ver esos cadáveres putrefactos. Ya está aquí. A pesar de no verlo noto su presencia, está enfrente de mí, me mira. No habla, no me dice nada. Intento no levantar la cabeza, la tentación es fuerte, quiero verle la cara a ese hijo de puta. Pero me resisto, intento no llorar, es mejor que piense que sigo inconsciente. Él permanece callado, da unos pasos hacia mí. Ahora puedo verle los pies, lleva unos mocasines negros. Mi carne se está desmembrando. Muerdo, de nuevo, mis labios para no chillar. Él hombre estalla en una carcajada:

-Mírame, guapa –es la voz del taxista. Ahora recuerdo. Oí la puerta del taxi. No me volví, se acercó por detrás, entonces dijo: Bonita pieza de museo.

Levanto lentamente la cabeza. Clavo la mirada en sus ojos. Identifico deleite en su mirar, está entusiasmado. Respiro hondo. El hedor irrumpe en mis fosas nasales, mis pulmones se hinchan. Dolor, dolor en todo mi cuerpo. Miedo y nauseas.

-¿Te encuentras bien, pequeña?

Comienzo de nuevo a sollozar. Intento hablar. Al fin consigo mascullar:

-Por favor, no me hagas daño.

Extiende su mano hacia mi cara. Aparto mi mejilla con una mueca de terror. Él no insiste, retira la mano. Vislumbro ofensa en su rostro.

-Tranquila, no me temas. Hoy debo agradecerte muchas cosas. Eres la pieza clave de mi museo, la que me dará la fama. Meses de trabajo para culminar contigo, preciosa. Toda una obra de arte. Has pasado a ser mi favorita.

¿De qué coño habla? Es un jodido psicópata. ¿Está haciendo un museo de muertos, de putos muertos corruptos? Las aletas de mi nariz vibran, mis labios tiemblan. Me duele todo, me estoy destrozando. Noto romperse algunos tendones. Aprieto los dientes con fuerza. ¿Cómo es que nadie ha echado en falta a esas personas? ¿Por qué no han salido en los periódicos? Lo vuelvo a mirar a los ojos. Sí, siente pasión por lo que hace, como alguien que admira su cuadro después de pintarlo. Me apetece escupirle, gritarle, siento rabia, mi vida no puede acabar así.

-En cuanto me echen de menos vendrán a por ti, pedazo de cabrón –no sé si me ha entendido. He mascullado las palabras intentando no romper a llorar.

-Lo sé. Es lo que quiero. El mundo ya puede admirar mi obra de arte. He trabajado con personas sin techo, con vagabundos, para que me dejaran acabar mi trabajo. Ahora ya he terminado y necesitaba a alguien como tú, con familia y esas cosas, para que te busquen y te encuentren aquí. Entonces te observarán, no sólo a ti, sino a toda mi obra, a mi museo. Por fin voy a conseguir la fama que tanto ansiaba.

Estoy perdida. Este loco no se va a echar atrás.

-He pensado que podría sacarte cuidadosamente los ojos y clavarlos con alfileres a las palmas de tus manos. ¿Has visto el laberinto del fauno? Queda asombrosamente bien. Tranquila, no te haré sufrir, no tengo nada contra ti.

Mi respiración se acelera. Estoy a merced de un psicópata. Vomito, el terror me ha invadido. Él me observa. Ahora se va. Se ha ido. Estoy aterrorizada, nadie me encontrará a tiempo. Oigo sus pasos, vuelve. Lleva una navaja. Se acerca. Intento suplicarle, pero no puedo, estoy bloqueada. Apoya la hoja de la navaja en mi garganta, con la otra mano acaricia mi pelo.

-Tú serás mi obra maestra, la niña de mis ojos –me habla con cariño, la dulzura se refleja en su rostro.
Apenas siento la navaja sesgar mi cuello. La sangre cae con fluidez, cálida, vital. Mis ojos comienzan a cerrarse, lucho por no dormirme, no puedo dejar mi vida en manos de un artista loco. Mi camiseta se empapa en sangre, el sueño me invade. Mis párpados caen. Oscuridad.

2 comentarios: