Intento abrir los ojos, me cuesta trabajo, como si mis párpados pesaran
demasiado. Noto un ligero escozor. Cada vez se intensifica más, primero
alrededor de los ojos, después va extendiéndose. Me queman, toda la cara
me duele. Ahora noto punzadas de dolor en las muñecas, también en los
tobillos. ¡Dios! cada vez me duele más, el dolor va haciendo mella en mi cuerpo: asciende de los tobillos por toda la pierna, baja hasta el último de mis dedos del pie. Con las muñecas pasa igual. Mi cabeza no se sostiene, el pelo me tapa toda la cara, lo sé porque me hace cosquillas en las mejillas. Pero mi cuello, oh, mi cuello está dolorido. El
dolor es insoportable. Abro los ojos poco a poco, veo borroso, la luz
me ciega. Parpadeo un par de veces. Sólo veo una pared blanca. Empiezo a
oler, huele a putrefacción, el hedor se
hace intenso por momentos, va quemando mis vías nasales. Estoy apoyada
contra una pared, sin embargo mis pies no tocan el
suelo. Ladeo la cabeza para mirar mis manos, inmóviles, intento mover
los dedos pero no siento nada a parte del profundo dolor. Estoy mareada,
pero consigo aclarar mi vista para conseguir ver mis muñecas. ¡Mierda!
¡¿Qué coño…?! Estoy clavada a la pared por unos gruesos clavos. ¿Qué
está pasando? ¿Dónde estoy? Empiezo a sollozar. Enseguida me doy cuenta
de que sucede lo mismo con mis pies. Estoy en la posición del hombre de
Vitruvio, de ahí la tirantez. Mis músculos se están empezando a
desgarrar, no aguanto más. Miro aterrorizada a mi alrededor, el
hedor es muy intenso, huele a corrupción. ¡Joder! Hay cadáveres en la
misma posición que yo, colgados en la pared. ¿Qué mierda es esto? Por
Dios, ¿dónde estoy? Recuerda, recuerda. Mi memoria tiene lagunas, no
consigo centrarme. Creo que cogí un taxi, sí, eso es. Le di la dirección
al taxista… ¿qué más?, ¿qué más? Oh, Dios. El
taxista paró en una fábrica abandonada, le dije que se había
equivocado. Se giró y me miró, sonrió, sonrió sarcásticamente. Yo me
asusté y le dije que lo dejará que no pasaba nada, ya buscaría yo el
lugar exacto. Él no dijo nada, yo baje del coche. Nada más, no recuerdo
nada más. Me estoy desgarrando, mis ingles no aguantan más, mis
tendones van a romperse. Muerdo mis labios para no gritar, aprieto
fuerte. ¡Joder!, ahora también me sangran los labios. Oigo pasos,
alguien se acerca caminando despacio. No, por favor. Las lágrimas van
cayendo por mis mejillas. No quiero levantar la cabeza, no quiero ver
esos cadáveres putrefactos. Ya está aquí. A pesar de no verlo noto su
presencia, está enfrente de mí, me mira. No habla, no me dice nada.
Intento no levantar la cabeza, la tentación es fuerte, quiero verle la
cara a ese hijo de puta. Pero me resisto, intento no llorar, es mejor
que piense que sigo inconsciente. Él permanece callado, da unos pasos
hacia mí. Ahora puedo verle los pies, lleva unos mocasines negros. Mi
carne se está desmembrando. Muerdo, de nuevo, mis labios para no
chillar. Él hombre estalla en una carcajada:
-Mírame, guapa –es
la voz del taxista. Ahora recuerdo. Oí la puerta del taxi. No me volví,
se acercó por detrás, entonces dijo: Bonita pieza de museo.
Levanto lentamente la cabeza. Clavo la mirada en sus ojos. Identifico deleite en su mirar, está entusiasmado. Respiro hondo. El hedor irrumpe en mis fosas nasales, mis pulmones se hinchan. Dolor, dolor en todo mi cuerpo. Miedo y nauseas.
-¿Te encuentras bien, pequeña?
Comienzo de nuevo a sollozar. Intento hablar. Al fin consigo mascullar:
-Por favor, no me hagas daño.
Extiende
su mano hacia mi cara. Aparto mi mejilla con una mueca de terror. Él no
insiste, retira la mano. Vislumbro ofensa en su rostro.
-Tranquila, no me temas. Hoy debo agradecerte muchas cosas. Eres la pieza clave de mi museo, la que me dará la fama. Meses de trabajo para culminar contigo, preciosa. Toda una obra de arte. Has pasado a ser mi favorita.
¿De qué coño habla? Es un jodido psicópata. ¿Está haciendo un museo
de muertos, de putos muertos corruptos? Las aletas de mi nariz vibran,
mis labios tiemblan. Me duele todo, me estoy destrozando. Noto romperse
algunos tendones. Aprieto los dientes con fuerza. ¿Cómo es que nadie ha
echado en falta a esas personas? ¿Por qué no han salido en los
periódicos? Lo vuelvo a mirar a los ojos. Sí, siente pasión por lo que
hace, como alguien que admira su cuadro después de pintarlo. Me apetece
escupirle, gritarle, siento rabia, mi vida no puede acabar así.
-En
cuanto me echen de menos vendrán a por ti, pedazo de cabrón –no sé si
me ha entendido. He mascullado las palabras intentando no romper a
llorar.
-Lo sé. Es lo que quiero. El
mundo ya puede admirar mi obra de arte. He trabajado con personas sin
techo, con vagabundos, para que me dejaran acabar mi trabajo. Ahora ya
he terminado y necesitaba a alguien como tú, con familia y esas cosas,
para que te busquen y te encuentren aquí. Entonces te observarán, no
sólo a ti, sino a toda mi obra, a mi museo. Por fin voy a conseguir la fama que tanto ansiaba.
Estoy perdida. Este loco no se va a echar atrás.
-He pensado que podría sacarte cuidadosamente los ojos y clavarlos con alfileres a las palmas de tus manos. ¿Has visto el laberinto del fauno? Queda asombrosamente bien. Tranquila, no te haré sufrir, no tengo nada contra ti.
Mi respiración se acelera. Estoy a merced de un psicópata. Vomito, el
terror me ha invadido. Él me observa. Ahora se va. Se ha ido. Estoy
aterrorizada, nadie me encontrará a tiempo. Oigo sus pasos, vuelve.
Lleva una navaja. Se acerca. Intento suplicarle, pero no puedo, estoy
bloqueada. Apoya la hoja de la navaja en mi garganta, con la otra mano
acaricia mi pelo.
-Tú serás mi obra maestra, la niña de mis ojos –me habla con cariño, la dulzura se refleja en su rostro.
Apenas
siento la navaja sesgar mi cuello. La sangre cae con fluidez, cálida,
vital. Mis ojos comienzan a cerrarse, lucho por no dormirme, no puedo
dejar mi vida en manos de un artista loco. Mi camiseta se empapa en
sangre, el sueño me invade. Mis párpados caen. Oscuridad.
Bendita locura... :)
ResponderEliminarMmmm gracias (por leer), supongo^^
ResponderEliminar